Repostería o diván

Todo comenzó por el gusto de recibir en casa a los amigos y familiares con amor y mimo. Por  ofrecerles y compartirles una experiencia emocionante al enfrentarlos a ricos platos y postres decorados por mí. 
Recuerdo que algunos de los comensales exclamaban: “¡Para qué tanto!”. No entendían el fondo de aquella cuestión..
Aquellos momentos en los que me ponía a preparar los ingredientes, a diseñar los platos, a elegir las formas y colores de la vajilla, los nubarrones cotidianos de mi cielo mental desaparecían. Las facturas por pagar se convertían en un delicioso tartar de atún; la tristeza, en un rico pastel de arándanos; y los   problemas del trabajo, en unas dulces galletitas decoradas.
Todo aquel trabajo al final tenía su recompensa: la cara de alegría y satisfacción de todos los que sabían apreciar aquel trabajo bien hecho.
Con todo esto, quiero decir que en la repostería, como en todo arte, hay algo mágico y terapéutico, algo sencillo que te llena el espíritu, transforma tu tiempo y crea sentido. Puedo afirmar que la cocina y la repostería me han salvado la vida. De hecho, ahora hay en las librerías un libro cuyo titulo dice “Salvada por los Pasteles” , y en determinados momentos, es cierto que fui salvada por los pasteles… Hornear los bizcochos, decorar con alegres colores, fue más terapéutico que un diván. Compartir emociones, dejarse asombrar por sorprendentes y originales postres, hizo que mimar el paladar de los otros, fuera todo un milagro.
Hoy traslado este espíritu a  LA TARTERÍA  y su clases,  tartas, ‘cupcakes’, galletas y pasteles deben ser preparados con esmero, de variados sabores, colorido y  belleza. Dedicarles tiempo es vital y esencial. Una clase puede tener componentes parecidos a un terapia de grupo y, entre tanto trajín y trajín…. encontrar la paz.